La
de pelo colocho de baja estatura y con un lunar en los labios contestó entonada
por la euforia del brindis, “soy Jacinta pero aquí me dicen María”, la otra,
de pelo liso y dos coronas de oro
incrustadas en los dientes de enfrente aún sonriente y jacarandosa por el
líquido que bebía lentamente sin sal y limón, contestó: “soy Petronila pero
aquí me dicen Ana”.
Lo
de llamarme Magnolia fue pura invención del momento, calor del tequila y el
contraste de la noche fría que caminaba lento acompañada del cielo alumbrado
por las estrellas, realmente mágico en las noches emponchadas del invierno. La
calefacción espantaba un poco el viento frío que se colaba por las ventanas del
lugar.
“Fue una broma, les dije después, soy Ilka pero me dicen Ivonne”, expliqué que mi segundo nombre es Ibonette y que a las personas de habla inglesa se les dificulta pronunciar mis nombres y encuentran fácil acortarlo a Ivonne. Yo también pertenezco al grupo de las personas que pierden el nombre cuando emigran, más cuando el idioma del suelo extraño no es el castellano.
Ambas nacidas en el
occidente del país guatemalteco, por miedo a ser deportadas se inventaron un
nombre y con él trabajaron, comieron y durmieron.
Se apoderaron del personaje de tal manera que lo hicieron suyo, se convirtió en su sombra.
Se apoderaron del personaje de tal manera que lo hicieron suyo, se convirtió en su sombra.
El miedo a una deportación las hizo esconder su
verdadera identidad, despertar, cepillarse y meterse dentro del otro nombre
ajeno hasta que llegara la noche y desnudarse para dejarlo arrumado en una
esquina de la habitación.
Los
años pasaron y ambas lograron la legalización.
Fue hasta entonces que presentaron sus verdaderos nombres que solo les sirvieron para firmar el documento de residencia y de asilo político porque siguen siendo llamadas por los nombres que inventaron cuando pisaron tierra gringa.
Fue hasta entonces que presentaron sus verdaderos nombres que solo les sirvieron para firmar el documento de residencia y de asilo político porque siguen siendo llamadas por los nombres que inventaron cuando pisaron tierra gringa.
Dos
de muchas historias, de las miles que forman parte de los doce millones de
personas sin documentos legales en este país del norte.
El
segundo tequila nos lo bajamos a la salú de nuestros nombres verdaderos,
por la identidad y el recuerdo de la raíz y el nido patrio. Me pidieron el
número de teléfono para bajarnos el tercer tequila en una próxima ocasión.
Por: Ilka
Ibonette Oliva Corado.
Febrero
02 de 2012.
Estados
Unidos.
¡Saludos!
ResponderEliminarSoy la señora Ana Maria Julio, nacida en noviembre de 1952 en Alicante, propietaria de una empresa comercial, actualmente en cuidados intensivos por enfermedad.
Perdí a mi marido, con el que no tuve la oportunidad de tener un hijo, durante la crisis de Covid-19.
Tengo un tumor cerebral y, según los exámenes médicos, esta enfermedad acabará con mi supervivencia.
Mi padre religioso y guía espiritual me recomienda regalar mi herencia para obtener el favor divino.
Me gustaría donar la suma de 332.000 euros para cuidar mi herencia y adoptar a mi cariñosa gatita Mila en una familia.
Esperando que mi nota le sea útil, y esperando su respuesta, escríbame a mi dirección de correo electrónico que figura más abajo para mantener una conversación franca y honesta con el fin de saber más sobre esta donación.
anamariajulio38@gmail.com
Gracias.